sábado, 14 de junio de 2008

Relatos y reseñas de la película Río Arriba

a) Relato desde la perspectiva del narrador:

Viajaban hacía muchas horas, hacinados como ganado en esos vagones inmensos que realizaban, no sin largas y fatigosas escalas, el trayecto Iruya-Tucumán. El silencio se adueñaba de sus almas; no tenían nada para decir. Lejos y atrás iban quedando sus pueblos, sus terrazas, sus cultivos, sus mujeres, sus hijos y sus costumbres; su ser los despedía en Iruya y los dejaba fatigados y exánimes mientras estuvieran ausentes.
Viajaban despojados de sí mismos, de lo que eran, de quienes eran. Un futuro insoportable y aciago de machetazos, cañas de azúcar, patrones, órdenes, comentarios y contabilidades los aguardaba. Jornadas eternas de doce, trece o catorce horas, soles inclementes, lluvias despiadadas, tierras desgarradas; no era correcto hacerle eso a la Pachamama. Y sin embargo, se lo hacían los gringos, bajo el inefable lema “Kollas sucios y vagos”. Cómo reclamarle limpieza a quienes dormían de a doscientos en un barracón; cómo pretender pulcritud en quienes viajaban días y días, y trabajaban horas y horas lloviera, tronara o nevase. Por qué exigir ánimo, ahínco e ímpetu en quienes cosechaban azúcar para que otros se enriquecieran, y eran pagados con insultos y desprecio; con qué derecho desplazar a alguien de su lugar, y por qué pedirle alegría y reconocimiento por eso. Por qué.

b) Relato desde la perspectiva de don Manuel:
Son las seis de la mañana, y como siempre, el tren ya está atrasado. Los capataces viene llegando, y lentamente van preparando las herramientas. Sopla una leve brisa del sur y las cañas se estremecen. Ayer, la radio anunció que este será un muy buen año para la caña de azúcar; habrá precios “récor” y todos los chiches. Qué ganas de empezar ya mismo.
Por fin llega el tren. Se abren las puertas y bajan ellos, los de siempre, algunos más, otros menos. Siempre esa manía de la lentitud, más rápido, señores, apúrense que el tiempo es oro. Ya están cansados; de qué, me pregunto yo, si viajaron sentados. Y esas caras de tristeza, siempre esos ojos que miran hacia el norte, hacia el rancherío de donde vienen. Ignorantes, con el progreso que hay acá. Si van a ganar plata y podrán comprarse cosas, si nos va a ir bien a todos. Con lo digno que es trabajar, el trabajo es salud. Yo me pregunto por qué serán tan vagos y nostálgicos. Por qué.

6) Escribir una reseña de la película. Indicar el medio en el que se publicaría.

Sería publicada en alguna revista cultural, a modo de crítica o ensayo.

“Río Arriba: la otra mirada”

Que el azúcar hace más dulces nuestras vidas, nadie lo ignora. Que ese mismo azúcar que ponemos a nuestros cafés proviene de las provincias de nuestro Norte, ese también es un hecho conocido. Que esa misma producción de azúcar comenzó a fines del siglo XIX y principios del XX, es algo que cualquiera puede consultar en un manual de historia. Quiénes eran y cómo vivían los zafreros, nadie lo sabe, y casi no hay forma de averiguarlo si no se mira el documental titulado “Río Arriba”, de Ulises de la Orden, un joven director argentino.
El propio Ulises tiene una vinculación personal con aquella historia no escrita: su bisabuelo, don Manuel, un inmigrante español, tuvo la concesión de uno de esos ingenios por 25 años. Y a ese ingenio llegaban en interminables convoyes centenares de indios kollas provenientes del poblado de Iruya, situado en lo alto de la Puna salteña. Se trataba de indios que por ir a trabajar casi extorsionados a la zafra dejaban abandonadas sus milenarias terrazas de cultivo, que luego sufrirían deslaves y serían irremediablemente destruidas por el descuido y la acción del tiempo. Es todo este proceso, toda esta memoria brutalmente silenciada la que Ulises intenta reconstruir en el presente documental.
El film es un clásico relato de viajes, en el que Ulises viaja desde Buenos Aires hasta Iruya, haciendo escalas en Tucumán y Salta donde recoge testimonios de aquella época. Testimonios que se enfrentan, que divergen, que oponen “kollas sucios” a “extorsión”, “explotación” y “aculturación”. A medida que el protagonista se va alejando de la civilización occidental y se acerca a Iruya, van aumentando su desconcierto y su extrañamiento. Y el del público también. Ya sea allí, con la cámara, o aquí, en la butaca, uno no puede dejar de sentirse un intruso, un extraño, una molestia entre esa gente tan amable y que sin embargo recuerda. Es extraño sentirse una molestia, estamos muy acostumbrados a que el inoportuno es el otro.
A partir de su llegada a Iruya, Ulises va logrando una película que va aumentando cada vez más su interés. Los testimonios de los kollas, las costumbres, los recuerdos, su pasado y su presente nos sumergen en un mundo y en una lógica ajenos, y nos mueven de nuestro lugar de jueces. Es una mirada distinta, que nos mira y nos interpela, nos pregunta y nos pide explicaciones. Pero también es una mirada franca, sincera, que nos permite ver vida en un desierto y terrazas de cultivo donde sólo veríamos un montón de piedras dispersas. Y es allí, a 4.000 metros de altura cuando la película alcanza su punto máximo: son aquellas terrazas que se dejan ver y que nos prueban que hay otras vidas, otros sentidos, otras formas. Esa única toma justifica todo el film.
Luego vendrá un final tal vez innecesariamente didacticoide, donde se recitan, a la manera de un manual de antropología, costumbres y rituales de los kollas. Ulises se calza un poncho, y si bien el gesto es elocuente y marca una necesaria ruptura con su bisabuelo, no por eso deja de traslucir cierta demagogia equívoca. De todas formas, estos detalles no logran empañar en absoluto la gran realización y la contundente reivindicación histórica y cultural que este documental nos propone; y que ojalá que nos haga reflexionar a la hora de ponerle azúcar a nuestro próximo café.

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